I
Ahora todo se me va aclarando. Pensaba que escribir consistía en tomar una hoja de papel, escribir lo que se me viniera en la mente, y todo el mundo, las millones de personas que habitaban en el mundo, lo leerían. Tenía siete años en ese entonces, y ni siquiera sabía que al que escribía se le llamaba escritor.
Dos años después creé mi primer cuento. Si algún fracasado editor le hubiese interesado publicarlo, ese editor hubiera caído en la peor miseria del mundo. Y a mí me hubieran tildado de plagiario: mi cuento se llamaba “La llave”, y parecía más bien un resumen de “El señor de los anillos”. Claro, en vez de un anillo, una llave; en vez de Frodo, Rodolfo; en vez de Aragon, Lord Simon (ignoro si otro escritor ya utilizó ese nombre); en vez de Tierra Media: Tierra Completa.
Lo primero que siempre motiva a escribir, ya sea un cuento o un poema, es el amor. Escribí un poema: pésimo. Felizmente ese poema está eliminado en el tacho de basura, quizá hasta ya está reciclado. Tres años después de haberse escrito, el poema se hizo realidad, salvo los versos del final, que eran algo así como: “…y vivieron felices para siempre”.
A mis trece años escribí alrededor de veinte cuentos, de los cuales, los cinco últimos giraban en torno a una chica cuatro años mayor que yo. Pensé que eran buenos cuentos, y hasta a mi profesor de literatura le gustó. Esos cuentos tampoco los tengo conmigo: se los regalé a la chica que era personaje en mis escritos. No sé si ella aún los conserva o también ya los mandó para que lo reciclen. Espero que haya hecho lo segundo: realmente no eran buenos cuentos.
Escribí, a mis quince años, un cuento titulado: "La hora del sacrilegio". Lo escribí con pasión en una hora. Era el primer cuento oficial que escribía: realmente el primero. Me pareció un excelente cuento. Lo presenté a un concurso. Meses después, cuando ya me había olvidado del concurso, salieron los resultados: me ganó un señor que me doblaba en edad, que había publicado como diez libros de cuentos y poemas y ya había ganado dos concursos anteriormente. Tuvo que habérselo ganado: días después volví a leer mi cuento: era realmente malo, malo, malo.
Tres años después, escribí mi segundo poema: no sé qué será de él. No era bueno tampoco.
Desde que cumplí dieciocho años, no sé cuántos cuentos he escrito, a pesar que no es mi fuerte. Se los he mostrado a varios amigos, a algunos les ha gustado y me han dado sus críticas; a algunos no les han gustado y también me han dado sus críticas. A mí me gustan. Y tengo amigos que están a favor y en contra de lo que escribo: eso es bueno.
Entrar a San Marcos me dio una fuerza impresionante para seguir escribiendo. Conocí nuevas personas y viví nuevas experiencias. Habré leído diez libros nuevos y ahora estoy leyendo unos cinco a la vez. Y todos me motivan a seguir escribiendo. Seguir escribiendo. Por más que sean bueno o malos, me gusten o no, sigo escribiendo. La única manera que deje de escribir es que me quiten la pasión y el gusto por la literatura. Eso será imposible.
Solo dedícate a escribir. Tienes alma de poeta.
II
Conocer nuevos mundos, indagar la psicología del otro, ocultar secretos y luego revelarlos inesperadamente, revivir a alguien que ya murió, hacer nacer a alguien que nunca nacerá, vivir en otra ciudad, ser pobre o ser rico, vivir en un palacio o en una casa de esteras, viajar en jeep o en combi, ser dios de lo que escribes, conocer a todos tus personajes y darles vida a seres que no existen o cambiar a tu manera la vida de los que existen en lo que escribes. Tener un dominio de tu propio mundo y hacer conocer tu mundo a los demás. Conocer el mundo de los demás. Saber que todo es un arte, y que es un arte inútil, para que todos lo puedan contemplar infinitamente. Saber todo y a la vez nada. Vivir todos los días de tu vida como si fuesen los últimos. Contemplar las cosas sencillas de la vida como si jamás hubiesen ocurrido, que ver una puesta de sol detrás de las islas, no es de todos los días: cada puesta de sol es distinta a la anterior y cada una de ellas te dicen un secreto solo para ti. Ver las pocas estrellas y sentirte bien porque aún puedes ver estrellas, y escribir que viste estrellas porque aquí es imposible ver estrellas. Que comer un helado o un postre, siempre es como si lo probaras como si fuera la primera vez. Comer una barra de chocolate es como si pudieras tocar el mundo. Sentirte feliz porque tú contemplas y aprecias y ves un arte en todo lo que te rodea, porque eso te hace vivir más que los demás. Y porque de todo lo que vives, en lo que escribes se vuelve distinto. Si algo en la vida no te gusta, en lo que escribes lo cambias. No es frustración, es ilusión, esperanza, maravilla.
Nada en la literatura es complicado. Todo es maravilloso. Solo necesitas descubrir su mundo.
Ahora todo se me va aclarando. Pensaba que escribir consistía en tomar una hoja de papel, escribir lo que se me viniera en la mente, y todo el mundo, las millones de personas que habitaban en el mundo, lo leerían. Tenía siete años en ese entonces, y ni siquiera sabía que al que escribía se le llamaba escritor.
Dos años después creé mi primer cuento. Si algún fracasado editor le hubiese interesado publicarlo, ese editor hubiera caído en la peor miseria del mundo. Y a mí me hubieran tildado de plagiario: mi cuento se llamaba “La llave”, y parecía más bien un resumen de “El señor de los anillos”. Claro, en vez de un anillo, una llave; en vez de Frodo, Rodolfo; en vez de Aragon, Lord Simon (ignoro si otro escritor ya utilizó ese nombre); en vez de Tierra Media: Tierra Completa.
Lo primero que siempre motiva a escribir, ya sea un cuento o un poema, es el amor. Escribí un poema: pésimo. Felizmente ese poema está eliminado en el tacho de basura, quizá hasta ya está reciclado. Tres años después de haberse escrito, el poema se hizo realidad, salvo los versos del final, que eran algo así como: “…y vivieron felices para siempre”.
A mis trece años escribí alrededor de veinte cuentos, de los cuales, los cinco últimos giraban en torno a una chica cuatro años mayor que yo. Pensé que eran buenos cuentos, y hasta a mi profesor de literatura le gustó. Esos cuentos tampoco los tengo conmigo: se los regalé a la chica que era personaje en mis escritos. No sé si ella aún los conserva o también ya los mandó para que lo reciclen. Espero que haya hecho lo segundo: realmente no eran buenos cuentos.
Escribí, a mis quince años, un cuento titulado: "La hora del sacrilegio". Lo escribí con pasión en una hora. Era el primer cuento oficial que escribía: realmente el primero. Me pareció un excelente cuento. Lo presenté a un concurso. Meses después, cuando ya me había olvidado del concurso, salieron los resultados: me ganó un señor que me doblaba en edad, que había publicado como diez libros de cuentos y poemas y ya había ganado dos concursos anteriormente. Tuvo que habérselo ganado: días después volví a leer mi cuento: era realmente malo, malo, malo.
Tres años después, escribí mi segundo poema: no sé qué será de él. No era bueno tampoco.
Desde que cumplí dieciocho años, no sé cuántos cuentos he escrito, a pesar que no es mi fuerte. Se los he mostrado a varios amigos, a algunos les ha gustado y me han dado sus críticas; a algunos no les han gustado y también me han dado sus críticas. A mí me gustan. Y tengo amigos que están a favor y en contra de lo que escribo: eso es bueno.
Entrar a San Marcos me dio una fuerza impresionante para seguir escribiendo. Conocí nuevas personas y viví nuevas experiencias. Habré leído diez libros nuevos y ahora estoy leyendo unos cinco a la vez. Y todos me motivan a seguir escribiendo. Seguir escribiendo. Por más que sean bueno o malos, me gusten o no, sigo escribiendo. La única manera que deje de escribir es que me quiten la pasión y el gusto por la literatura. Eso será imposible.
Solo dedícate a escribir. Tienes alma de poeta.
II
Conocer nuevos mundos, indagar la psicología del otro, ocultar secretos y luego revelarlos inesperadamente, revivir a alguien que ya murió, hacer nacer a alguien que nunca nacerá, vivir en otra ciudad, ser pobre o ser rico, vivir en un palacio o en una casa de esteras, viajar en jeep o en combi, ser dios de lo que escribes, conocer a todos tus personajes y darles vida a seres que no existen o cambiar a tu manera la vida de los que existen en lo que escribes. Tener un dominio de tu propio mundo y hacer conocer tu mundo a los demás. Conocer el mundo de los demás. Saber que todo es un arte, y que es un arte inútil, para que todos lo puedan contemplar infinitamente. Saber todo y a la vez nada. Vivir todos los días de tu vida como si fuesen los últimos. Contemplar las cosas sencillas de la vida como si jamás hubiesen ocurrido, que ver una puesta de sol detrás de las islas, no es de todos los días: cada puesta de sol es distinta a la anterior y cada una de ellas te dicen un secreto solo para ti. Ver las pocas estrellas y sentirte bien porque aún puedes ver estrellas, y escribir que viste estrellas porque aquí es imposible ver estrellas. Que comer un helado o un postre, siempre es como si lo probaras como si fuera la primera vez. Comer una barra de chocolate es como si pudieras tocar el mundo. Sentirte feliz porque tú contemplas y aprecias y ves un arte en todo lo que te rodea, porque eso te hace vivir más que los demás. Y porque de todo lo que vives, en lo que escribes se vuelve distinto. Si algo en la vida no te gusta, en lo que escribes lo cambias. No es frustración, es ilusión, esperanza, maravilla.
Nada en la literatura es complicado. Todo es maravilloso. Solo necesitas descubrir su mundo.