8.30.2009

Hada de la Nada


Estaba el mago ya colmado de sabiduría, pero le faltaba el alimento eterno, que aunque sea por un pequeño bocado, estaría preparado para vivir eternamente. Un alimento que siempre lo buscó, dejando volar su viento por los nevados, sediento del bendito néctar bondadoso generador de vida eterna: el amor de un hada hermosa. El mago, desconsolado mirando los profundos ríos, intentado ser un pez que surca alegre por las aguas, feliz de haber encontrado su pareja. Era invierno y el mago se dejaba morir por el viento helado que lo elevaba hasta la cima de las montañas, permitiéndole contemplar todas las tierras que había visitado. Todo el cielo cubierto de inmensas nubes, que ocultaban el sol, dejando a la tierra tan oscura como estaba el mago sin amor. El hombre se quedó dormido de tanto llanto, de tantos años solo con su saber sin amor. Estaba muriendo de frío, dejando su naturaleza descubierta a la intemperie; hasta que sintió calor, sosiego, armonía. Abrió los ojos y contempló árboles riendo, ríos anchos y más profundos e infinitos, un cielo gigante y celeste, como él se sentía entonces. Una tierra jamás visitada, donde el sol jamás se ocultaba y estaba siempre alumbrando las gratitudes de las maravillas paradisíacas. Pero pronto el mago sintió una profunda pena, por ver tanto paraíso sin una musa eterna. Sin embargo, un hada volaba entre los árboles, agitando sus alas, mostrando sus hermosas alas, dejando al descubierto su encantado cabello de delirio y miel. Iñapari, se presentó el hada. Qué belleza, se enamoró el mago de pronto, tomando su mano y llevándosela a sus nieves. Los ojos del hada lo hechizaron y enamoraron, ojos grandes que reflejaban toda la hermosura del paisaje. Sus ojos eran dos hermosos diamantes inexistentes para el mago, que besó con pasión, mientras tomaba con sus manos el cabello de locura. Los ríos invadieron los nevados, mientras las nieves cubrían los árboles, los diamantes se ocultaban en las montañas y el sol luchaba con las nubes. El invierno y el verano lucharon apasionadamente, dejando caer gotas de rocío sobre la hierba y la árida tierra, de la que pronto crecerían orquídeas y rosas veraniegas. El mago quedó complacido, y el hada le sonrió, bella y angelical, cuya sonrisa era tan blanca como la nieve y sus ojos tan diáfanos como el río profundo e infinito. El mago pudo vivir eternamente a partir de entonces, con sabiduría, felicidad y el amor que siempre buscó. Todos los días su invierno lo convertía en verano cuando aparecía la princesa. Todos los días el sol era radiante y crecían orquídeas. El mago se convertía en ave para alcanzar frutos altísimos para su hada, se convertía en pez para tomar alimentos exóticos, se convertía en viento para refrescarla, se convertía árbol para darle sombra, se convertía en agua para tenerla por completo, se convertía de nuevo en él, en otro tipo, para amarla por otro día más, para siempre.

Pero un día el hada no llegó. El sol dejó de resplandecer como antes, y el crudo invierno lo volvió triste y solitario. Tenía todos los conocimientos del mundo, pero de nada le servía si ya el hada, así de la nada, sin ninguna explicación, lo había abandonado. La nieve creció y el suelo se volvió árido, las orquídeas murieron y los árboles desaparecieron. Pasaron miles de años y el mago anduvo buscándola por todos los confines del mundo, pero jamás la halló. El hada había desaparecido para siempre. En pleno invierno, dejándose morir inútilmente, una bandada de aves cruzó por encima de él, cantando que la princesa no volvería, se había marchado y ya no quería ver más al mago. Su naturaleza empezó a morir de a pocos. No podía extinguir de sus bondades e inteligencia a la dulce hada de la encantadora sonrisa. Sabía que vivir una segunda vez era la única solución para el olvido, pero ya el mago había probado el alimento, el néctar sagrado del amor, para vivir eternamente. Y así, el mago pasa sus días, convertido en una laguna de lágrimas, esperando que vuelva, inútilmente, un hada que desapareció y no volvería a acompañar jamás, su eterna vida solitaria que siempre la tuvo. El amor no era más que un sueño sin sabiduría alguna.

8.27.2009

El anciano de los sueños


Yo soy un asesino a sueldo, cumplo a la perfección todas mis misiones, nadie sabe cómo las hago y sueño todas las noches. Mis sueños son bastante extraños, al igual que mis misiones: nadie las sabe interpretar, nadie las entiende. Empecé a soñar todas las noches desde que realicé mi primer asesinato. Me pagaron bien y dormí plácidamente. Yo sí entiendo mis sueños; pero, hay uno que lo sueño a intervalos regulares de tiempo. Es increíble. Exactamente no es el mismo sueño, pero sí tiene mucha relación con los otros que son bastante parecidos. Es el único que aún no logro interpretar. Mis sueños no son premonitorios. Nunca se hacen realidad. Hay gente que los interpreta y dicen que sucederá de tal o cual manera, pero nunca suceden. Estoy totalmente convencido de que mis sueños no ocurrirán en la realidad. Mucho menos el que vengo soñando constantemente.

Cuando estaba en Turquía buscando a un comerciante para eliminarlo, escuché una conversación de dos turistas irlandeses que viajaban al Líbano para encontrarse con un anciano que dormía al lado de cualquier voluntario, colocando su mano sobre su cabeza, para poder soñar lo del otro y así interpretar su sueño. Me parecía algo inverosímil la idea de encontrar a un anciano que soñara por mí y que todavía interprete lo que sucedía en él. Decían, además, que el anciano deambulaba por varias partes de Asia y que era muy difícil encontrarlo, pero que seguro lo encontrarían en el Líbano. Se les notaba bastante alegres.

Después de matar al comerciante, viajé a Georgia para realizar mi siguiente misión. En ese viaje, también escuché hablar sobre este anciano. Ahora sí me parecía interesante. Me imaginaba al anciano sentado dentro de una cueva, esperando a cada uno de los viajantes a que les interpretaran sus sueños. Imaginaba que habría una larga cola de individuos esperando dormir a su lado.

Ahora estoy en Irak, deambulando por esas calles destruidas por la guerra y atentados suicidas, y contemplando una larga cola de hombres ansiosos que intentan ver el inicio de esta. Me acerco a pasos largos y me cuentan que hay dos hombres tendidos sobre el suelo, durmiendo plácidamente uno al lado de otro. Me quedo impactado al saber que, sin tanto esfuerzo, he encontrado al hombre que interpreta los sueños.

Como he llegado un día antes de mi misión, decido hacer la cola y esperar a que el anciano terminara con todos esos hombres para que por fin interprete mi sueño. Tengo que matar a un hombre que ha engañado a mi jefe. No me dio más explicaciones sobre el engaño, pero me dijo que lo matara de una vez por todas. Mi jefe estaba molesto, más bien nervioso, confundido y traicionado. Me pidió que me cuidara. Parecía que no le había ido bien. No lo reconocía del todo.

En la cola, el que está delante de mí, me cuenta que el anciano se ha ganado el cariño de todos porque siempre acierta con la interpretación de los sueños. En algunas tierras pensaban que era un dios o un nuevo profeta. Me trata de impresionar con muchas leyendas sobre el anciano, pero como me ve distraído, prefiere cortar sus relatos. Aún no estoy convencido que el anciano pueda interpretar todos los sueños.

Han pasado muchas horas para que me toque dormir junto al anciano. Estoy tan cansado y aburrido, y además que ya se ha hecho de noche, que simplemente me quedo dormido muy cerca del anciano que, por falta de luz, no logro ver su rostro.

Me levanto algo alarmado, porque siento que ya han pasado varios minutos de la hora acostumbrada de mi amanecer para poder realizar mi trabajo. El anciano está a mi lado despierto también, y hay una pequeña cola de hombres esperando ser atendidos. El anciano me mira a los ojos y me dice:

- Has tenido dos sueños.

- ¿En serio? Es extraño…por lo general siempre es uno. ¿Qué significaban?

- El primero trataba que fallarías en uno de tus trabajos: no tendrías éxito.

Me siento insultado. Es en este momento cuando identifico el rostro de mi víctima: es el anciano.

- Tu jefe te ha mandado a matarme. Soñó que tú morías en el intento de matarme. Y no lo aceptó.

Río a carcajadas. Esas carcajadas realmente ocultan mi nerviosismo. Ese anciano ha acertado todos los sueños de todos los hombres que han dormido a su lado, ¿por qué el mío no debe de interpretarlo? Estoy bastante nervioso, no sé cómo actuar. Estoy totalmente asustado. Lo único que hago es lo que me han mandado hacer: matar al anciano.

El interpretador de sueños yace muerto en el suelo. Yo estoy seguro: nadie puede interpretar mi sueño, nadie. Aunque, lo raro es que el sueño que él me dijo no era precisamente el que he soñado durante mucho tiempo. Totalmente confundido intento retirarme, pero la pequeña cola que se había formado ha crecido considerablemente en pocos segundos, y todos se acercan para eliminarme. Y lo logran.

Ya muerto, no lamento haber matado al anciano. Ahora sé que significa mi sueño.

L. 18/08/09

Feliz Cumpleaños!


Hoy escribiré para una amiga a quien le tengo mucho aprecio, que ayer se ha convertido en adulta, y quien desde que la conocí, siempre ha sido muy linda y buena conmigo: Lucía.

Ayer cumpliste dieciocho años. Una nueva etapa en tu vida. Estás en la universidad y me dijiste que esta vez te esforzarías más y más. Y estoy seguro que siempre buscarás ser la mejor.

Siempre me has ayudado y aconsejado en muchas cosas que te contaba. Mi vida no es fácil, sino confusa y exagerada. Siempre que te hablo, te comento mis historias que hacen reírte, pensar, gritar y ayudar. A veces me pides disculpas diciéndome que quisieras ayudarme más. Pero con lo que me dices es suficiente para alegrarme. Siempre tus consejos mezclados con hilaridad y buen humor, para que uno se olvide de tantos pesimismos y tristezas y empiece a reír. Y estoy más que seguro que no solo es conmigo, sino con todos tus amigos que te conocen mucho más tiempo que yo. Y todos te quieren muchísimo. Y eso lo comprueban los cientos de “¡Feliz cumpleaños!” que te enviaron ayer en tu muro del Facebook.

En la fiesta que hiciste el sábado, estuviste alegre y más loca que de costumbre, imparable y graciosísima. Vestida de manera bien original y divertida, atacando a todos con el spray, y encantadora bailando la “terecumbia” y esa canción cuyo nombre aún no puedo pronunciar. Te veía abrazando a tu enamorado, a tus amigas, amigos, y gritando de vez en cuando a tu juguetona mascota, para que ya no siga reventando más globos. El trampolín, los bocaditos, los tragos y la música, todo eso creó una divertida atmósfera de entretenimiento dieciochoañero mezclado con aires infantiles. Lamentablemente me tuve que ir temprano, porque mi papá alucinaba que la distancia de Breña a La Rinconada es como de Lima a Siberia. Pero, me gustó ver que en el día de su fiesta, Lucía se divirtió bastante. Dieciocho años no se cumplen todos los días.

Gracias, Lucía, por todo. Que tus dieciocho años sean prósperos y que cumplas muchos años más, hasta el año tres mil.

8.17.2009

Horizonte perdido


Parado en la azotea del edificio más alto del distrito, contemplaba el mar, el sol poniéndose detrás de las islas, el cielo tomando distintos colores y la luna que coronaba el paisaje. Tenía siete años y ése era la primera puesta de sol que contemplaba. Donde vivía, no podía ver ese atardecer, sea porque su casa solo tenía un piso, sea porque su casa se encontraba lejos del mar. Se quedó mucho tiempo observando el atardecer, contemplando cómo el cielo cambiaba de color y se volvía cada vez más inmenso. Algunas estrellas empezaron a aparecer, tímidas, muy lejos, casi imperceptibles por sus vírgenes ojos. En la azotea de ese edificio, el más alto de todos, podía alcanzar a ver también, todas las demás casitas, que, al lado de su edificio, eran pequeñísimas, que daban risa. Apenas siete años tenía, y ya se sentía gigante, parado en su azotea gobernando su ciudad. Ése fue su primer día de verano en ese edificio.

Todos los años era igual, encantador, relajante, paradisíaco. Qué inmenso era el cielo mientras más años pasaban, qué hermoso era ese gigantesco mar, qué hermosas eran las islas que ocultaban al mágico sol. Desde ese alto edificio todo lo podía ver, lo que quería ver. Iba creciendo en edad, y sentía que el paisaje crecía con él, siempre mirando hacia el mismo atardecer. Ese horizonte fijo muy cercano a su ser.

Él creció, el atardecer igual. Pero, la ciudad también. ¿Cuántos como él también querían ver el mar? ¿Cuántos como él también querían disfrutar el atardecer y gobernar cada uno su ciudad? Él no había pensado eso. Nunca creyó que la ciudad crecería y que otros como él también se pararían a contemplar las puestas de sol. Durante muchos años, él fue el privilegiado. Él era el único que contemplaba el atardecer a su manera. Estaba más alto que todos, y se creía invencible, nadie lo derrocaría de su reino inmenso.

Al lado, construyeron un edificio grande, un piso más alto que el suyo. Más allá, uno que parecía ser más alto aún. Mucho más lejos, un edificio que prometía ser el más alto. Y otro más, casi cerca al acantilado, el que decía alcanzar las nubes. Poco a poco más edificios fueron creciendo. Cada vez más y más altos, que triplicaban en tamaño al suyo. Por edificio que se construía, era una batalla perdida. Su campaña fue un fracaso: en invierno solo consiguió ver edificios a medio construir.

Llegaba el siguiente verano. Él se subió a la azotea y contempló el atardecer. Solo había miles de edificios gigantes que habían transformado toda la ciudad. Él trató de ver su encantador atardecer, pero pasaron horas, se hizo de noche, y quedó contemplando muchas estrellas artificiales.

Tenía ya dieciocho años.

Era hora de mirar nuevos horizontes.

8.09.2009

Otra carta


Y de nuevo, una carta. ¿Me gusta escribir cartas? Me encanta, siento que me libero. Siento que vuelo a los cielos y soy libre, por fin. Pero, sé que no tendré jamás libertad, sé que siempre estaré atada este mundo insano, al cual pertenezco de manera insana. Una vesánica más, dentro de muchas que existimos. Caminaba todos los días por las calles, viendo a muchas parecidas a mí, y ya no me siento única como antes. Antes me sentía bien. Sentía que todo tenía sentido, que era feliz y que nada iba mal. Cada luna que aparecía después de treinta días eran las mejores, pero ahora ya no es así. Ahora cada luna nueva es un encierro de tristeza, dentro de una gris y ya no divertida vida.

Caminaba todos los días por la calle, pero ya dejé de hacerlo. Dejó de gustarme caminar, después de lo que vi. Ese día caían algunas gotas de lluvia sobre este terrenal baldío, gris, sin forma. Yo caminaba por encima de todos, hasta que te vi. Mujer, te vi, y tenté hundirme en el llanto. Pensé que lloraría como una más de todas las mujeres que existen en este pequeño mundo. Rogué que no cayera una lágrima por mi rostro y que tú te dieras cuenta. Toqué mi rostro y estaba seco. Mi rimel aún no se corría por mis ojos, mis labios seguían negros y mis uñas no se despintaban. Mis ojos aún podían verte, a pesar que no quería. Pensé que era una pesadilla, intenté golpearme y despertarme, y, despertaba en la misma pesadilla, en esa visión de ti, que jamás pensé que vería.

Mi largo cabello, mis ojos oscuros, mis uñas pintadas, mi falda apretada y mi polo escotado, mis botas altas y mi piel sangrante. Mis brazos con agujeros de cigarros y el tatuaje de mi cintura que moría en el orto. Mi piersing que tú lo pusiste mientras me acariciabas, diciendo que era difícil hacerlo, pero excitante. Mis discos y mis películas. La cama destendida y el aroma de tu cuerpo impregnado en las sábanas. Nada tiene sentido, porque cuando salí a caminar con el chico atado por el cuello, te vi.

No te reconocí del todo. Estabas distinta, ya no vestías como vestíamos ambas. Tomabas a ese hombre de la mano y de vez en cuando le tocabas la barbilla y le sonreías como antes lo hacías conmigo, ¿recuerdas? Claro, de eso no te olvidas. Un pene no te dará lo que yo te daba cada noche, mujer. Él es alto y fornido, seguro que es inteligente y tiene muy buen olor de su cuello, que seguramente lo inhalas y besas suavemente, dejándolo húmedo, haciendo que se excite. ¿Te acuerdas cuando ambas dejábamos nuestros cuerpos húmedos de fluidos, sudor y sangre? ¿Acaso te azota con látigos y te ciega los ojos con vendas para que puedas sentir placentero el dolor? Se te ve feliz, y estoy segura que realmente lo estás. Recuerdo que casi lloras en la calle al verme con el chico a mi lado, pero aguantaste y fingiste que todo estaba bien. Yo no me pude controlar, y lloré. Mis lágrimas pesaban y empapaban mi rostro que estaba seco, que reveló mi pena. Me viste llorar y sonreíste. Rápidamente me calme. Claro, está bien, ambas somos felices. Quisiste creer mi mentira, y aún te sigues convenciendo que la mentira tan clara que te dije quieres que sea verdad.

Estaba tendida en el suelo, tratando de respirar ese olor tuyo que poco a poco se va desapareciendo de las sábanas teñidas de rojo por todas las veces que estuvimos enredadas en ellas. Estaba desnuda, contemplándome apenas en el espejo. Mi cuerpo ya no es el mismo, y las lunas que salen cada mes tampoco. No me siento bien y siento que muero de a pocos. Mi cabello no es el mismo, y ahora me salen cosas en la cara. Me duele el vientre y me obligo a tomar pastillas para pasar el dolor. Me vestí, y yo ya no soy la misma. Desde ese día yo no soy la misma. Mi obeso cuerpo ahora está enclenque, el color rojo de la sangre me causa repulsión, a los látigos les tengo terror, y he botado todos los cigarros que guardaba en mi cajón junto con tu primera toalla. Todo lo he botado, y me tendí en el suelo, tratando de saber si era mejor seguir con esta muerte y escapar en otra muerte. Me siento distinta, y hasta he dejado que el muchacho que lo tenía atado, se levante de su jaula y me acaricie. Se ha echado conmigo y me he sentido distinta otra vez. He tratado de saber qué es lo que sientes tú ahora, he tratado de saber qué es lo que te hace tan feliz ahora. He tratado de saber por qué tú si estás volando y yo aún sigo bajo tierra formando mi propio laberinto. Un laberinto donde en todas las salidas encuentro a un gusano que se hunde en mi interior.

Estoy perdida en las calles. Me siento prisionera de un recuerdo. Del recuerdo de haberte visto en la calle, y de pensar que seguro se internarían en cuatro paredes a contemplarse y sudar. Yo estoy encerrada, despintando mis uñas, dejando mis labios blancos y secos. Embriagada de dolor, con un pobre hombre a mi lado, que no sabe lo que me sucede, pero me acaricia siempre. No finjo alegría, lloro sobre su hombro.

Mujer: Me has convertido en otra. He llorado. He llorado por ti. Ahora no me agrada el dolor, pero estoy siendo azotada por tres látigos con cuchillas. Tres látigos que mientras pasan los días, van aumentando. Sola me estoy desfigurando, sola me estoy acabando. ¿Dónde estás ahora? Me viste y me sonreíste, pero no quiero creer que esa sonrisa es por tu felicidad, sino por mi desgracia.

8.03.2009

Las flores


Ximenita se acercó a Rodrigo para ver qué hacía con las flores. Notó que su amigo estaba que las arrancaba del jardín y que les quitaba las hojas y todos los pétalos y que luego partía el tallo en muchísimas partes. Tomaba una flor, otra y otra y otra, y con todas hacía lo mismo. Ximenita se puso a su lado y le dijo que dejara de maltratar a las flores. Rodrigo no la escuchó y siguió partiéndolas.

- ¡Rodrigo! No lo hagas. Pobrecitas.

- Yo hago lo que se me da la gana. Además, son las flores de mi jardín y si yo quiero, las parto.

- ¡No seas malo! ¿Acaso no ves cómo se ponen tristes y lloran porque las partes?

- Cállate, mentirosa. Las flores no lloran.

- Sí lloran.

- No.

- Sí. Sufren y les duele mucho. Se quejan siempre cuando les hacen daño. No las maltrates. Ellas lloran si les quitas una hoja.

- Mentirosa. Las flores no lloran, ni se quejan ni gritan. A ver, pregúntale a esta rosa si le duele la hoja que le he arrancado.

- Rosita, ¿te duele mucho?

- Sí –respondió la flor.

- Papá, las flores no hablan –le dijo Samantha a su padre.

- Claro que sí. ¿Nunca las has escuchado? –le preguntó Miguel.

- No. Porque no hablan. Solo en el cuento hablan.

- Pregúntale a la flor que está en el recipiente si le gustó el cuento.

- Jazmín, ¿te gustó el cuento? ¿Cierto que hablas?

- Sí, estaba bonito. ¿Rodrigo dejó de molestarnos?