8.09.2009

Otra carta


Y de nuevo, una carta. ¿Me gusta escribir cartas? Me encanta, siento que me libero. Siento que vuelo a los cielos y soy libre, por fin. Pero, sé que no tendré jamás libertad, sé que siempre estaré atada este mundo insano, al cual pertenezco de manera insana. Una vesánica más, dentro de muchas que existimos. Caminaba todos los días por las calles, viendo a muchas parecidas a mí, y ya no me siento única como antes. Antes me sentía bien. Sentía que todo tenía sentido, que era feliz y que nada iba mal. Cada luna que aparecía después de treinta días eran las mejores, pero ahora ya no es así. Ahora cada luna nueva es un encierro de tristeza, dentro de una gris y ya no divertida vida.

Caminaba todos los días por la calle, pero ya dejé de hacerlo. Dejó de gustarme caminar, después de lo que vi. Ese día caían algunas gotas de lluvia sobre este terrenal baldío, gris, sin forma. Yo caminaba por encima de todos, hasta que te vi. Mujer, te vi, y tenté hundirme en el llanto. Pensé que lloraría como una más de todas las mujeres que existen en este pequeño mundo. Rogué que no cayera una lágrima por mi rostro y que tú te dieras cuenta. Toqué mi rostro y estaba seco. Mi rimel aún no se corría por mis ojos, mis labios seguían negros y mis uñas no se despintaban. Mis ojos aún podían verte, a pesar que no quería. Pensé que era una pesadilla, intenté golpearme y despertarme, y, despertaba en la misma pesadilla, en esa visión de ti, que jamás pensé que vería.

Mi largo cabello, mis ojos oscuros, mis uñas pintadas, mi falda apretada y mi polo escotado, mis botas altas y mi piel sangrante. Mis brazos con agujeros de cigarros y el tatuaje de mi cintura que moría en el orto. Mi piersing que tú lo pusiste mientras me acariciabas, diciendo que era difícil hacerlo, pero excitante. Mis discos y mis películas. La cama destendida y el aroma de tu cuerpo impregnado en las sábanas. Nada tiene sentido, porque cuando salí a caminar con el chico atado por el cuello, te vi.

No te reconocí del todo. Estabas distinta, ya no vestías como vestíamos ambas. Tomabas a ese hombre de la mano y de vez en cuando le tocabas la barbilla y le sonreías como antes lo hacías conmigo, ¿recuerdas? Claro, de eso no te olvidas. Un pene no te dará lo que yo te daba cada noche, mujer. Él es alto y fornido, seguro que es inteligente y tiene muy buen olor de su cuello, que seguramente lo inhalas y besas suavemente, dejándolo húmedo, haciendo que se excite. ¿Te acuerdas cuando ambas dejábamos nuestros cuerpos húmedos de fluidos, sudor y sangre? ¿Acaso te azota con látigos y te ciega los ojos con vendas para que puedas sentir placentero el dolor? Se te ve feliz, y estoy segura que realmente lo estás. Recuerdo que casi lloras en la calle al verme con el chico a mi lado, pero aguantaste y fingiste que todo estaba bien. Yo no me pude controlar, y lloré. Mis lágrimas pesaban y empapaban mi rostro que estaba seco, que reveló mi pena. Me viste llorar y sonreíste. Rápidamente me calme. Claro, está bien, ambas somos felices. Quisiste creer mi mentira, y aún te sigues convenciendo que la mentira tan clara que te dije quieres que sea verdad.

Estaba tendida en el suelo, tratando de respirar ese olor tuyo que poco a poco se va desapareciendo de las sábanas teñidas de rojo por todas las veces que estuvimos enredadas en ellas. Estaba desnuda, contemplándome apenas en el espejo. Mi cuerpo ya no es el mismo, y las lunas que salen cada mes tampoco. No me siento bien y siento que muero de a pocos. Mi cabello no es el mismo, y ahora me salen cosas en la cara. Me duele el vientre y me obligo a tomar pastillas para pasar el dolor. Me vestí, y yo ya no soy la misma. Desde ese día yo no soy la misma. Mi obeso cuerpo ahora está enclenque, el color rojo de la sangre me causa repulsión, a los látigos les tengo terror, y he botado todos los cigarros que guardaba en mi cajón junto con tu primera toalla. Todo lo he botado, y me tendí en el suelo, tratando de saber si era mejor seguir con esta muerte y escapar en otra muerte. Me siento distinta, y hasta he dejado que el muchacho que lo tenía atado, se levante de su jaula y me acaricie. Se ha echado conmigo y me he sentido distinta otra vez. He tratado de saber qué es lo que sientes tú ahora, he tratado de saber qué es lo que te hace tan feliz ahora. He tratado de saber por qué tú si estás volando y yo aún sigo bajo tierra formando mi propio laberinto. Un laberinto donde en todas las salidas encuentro a un gusano que se hunde en mi interior.

Estoy perdida en las calles. Me siento prisionera de un recuerdo. Del recuerdo de haberte visto en la calle, y de pensar que seguro se internarían en cuatro paredes a contemplarse y sudar. Yo estoy encerrada, despintando mis uñas, dejando mis labios blancos y secos. Embriagada de dolor, con un pobre hombre a mi lado, que no sabe lo que me sucede, pero me acaricia siempre. No finjo alegría, lloro sobre su hombro.

Mujer: Me has convertido en otra. He llorado. He llorado por ti. Ahora no me agrada el dolor, pero estoy siendo azotada por tres látigos con cuchillas. Tres látigos que mientras pasan los días, van aumentando. Sola me estoy desfigurando, sola me estoy acabando. ¿Dónde estás ahora? Me viste y me sonreíste, pero no quiero creer que esa sonrisa es por tu felicidad, sino por mi desgracia.

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