4.29.2009

Mi sonañada inhumación


Para empezar, no es que me vaya a morir ahora ni mañana, aunque, quién sabe. Ahora la gente no muere por enfermedad ni por ser anciana: ya no se sabe ni el por qué de tantas muertes en un solo día. Quizá una de esas muertes pueda ser la mía. Aunque prefiero que sea de aquí a mucho tiempo. Ahora tengo muchas cosas qué hacer, por las puras no he conseguido mucho de lo que tengo. Y aún me falta mucho por conseguir.

Ahora, para empezar esto, espero no morir quemado. Sería mucho sufrimiento, y creo que soy muy cobarde para soportar todo eso. Además, tampoco tendría sentido escribir esto si muero quemado, ya que si de ser así mi muerte, quisiera que me terminen de quemar por completo y me incineren y me guarden en una cajita.

De las miles de maneras que yo pueda morir, quiero que mi entierro sea muy bonito. ¿Acaso cuando uno nace no hacen celebraciones y felicitan a mis progenitores? Pues, la muerte debería ser lo mismo. ¿Por qué todos piensan que la muerte es algo terrible? Muchas personas que conozco, en algún momento de su vida me han dicho: ¡Me quiero morir! ¿Ven? ¿Acaso en un momento de sus vidas no han deseado morir? Entonces, por qué pensar que la muerte es lo peor, si ya la vida por sí misma es lastimera.

Yo no soy de las personas que digo que me quiero morir ante cualquier situación. No recuerdo haber dicho en algún momento me quiero morir. Pero, no le tengo miedo a la muerte. Si fallezco ahora, no tendría problemas, y si es aquí a muchos años, tampoco. Estoy seguro que no le arruinaría la vida a nadie. Pienso que la única manera de que pueda arruinar la vida de alguien es muriéndome por alguna idiotez.

Bueno, si muero por alguno de mis trastornos estomacales, o por la gripe porcina (que ya está tan de moda. La vez pasada, sólo por estornudar, me quisieron bajar del autobús, gente estúpida), o por cualquier otra enfermedad, quisiera que mis funerales sean recontra alucinantes. ¿Por qué pensar que la muerte es lo peor? Yo creo que si muero en esta vida, al otro lado me espera algo mejor.

Para que me entiendan, mi teoría es ésta: Antes simplemente no existía y por decisión de un Ente mayor a todos, tuve que existir. Pero la vida verdadera, no puede ser tan fugaz; la vida verdadera tiene que ser eterna, divertida, extrema, a la que pueda soportar con mucha inteligencia y capacidad. Pero, para vivir en esta vida verdadera, tengo que pasar un examen de aptitud y actitud en una vida parecida a la que, si apruebo el examen, viviré después. Entonces, esta vida que tenemos todos nosotros, no es más que un examen que tenemos que desarrollar para pasar a la vida eterna. Si la desapruebo, no viviré eternamente.

Como yo soy un joven bastante confiado de sus capacidades, sé que aprobaré el examen y viviré eternamente. Por eso, quiero que mis funerales, no sean tristes, sino divertidos, bastante fuera de lo común. Y bueno, mis deseos son los siguientes:

El (poco o mucho) dinero que he ahorrado se va a quedar para mi mujer y mi pequeña hija. Y de ese (poco o mucho) dinero, cojan un poco y reserven un gran salón donde va a reposar mi cuerpo dentro de un cajón. Por favor, querida mía, que mi cajón no tenga ningún dibujo ni nada, quiero que sea de madera purita (es que vi un cajón que decía Y dale U, otro de un paisaje de la amazonía y otro de las playas del norte, otro de los Red Hot Chili Peppers y otro con la foto de Jennifer Connelly, y a pesar que todo eso me gusta, por favor, no compren esos cajones, les tengo terror). Quiero que en vez de las tradicionales lágrimas, levanten estantes y coloquen ahí mis libros favoritos con alguna dedicatoria. Por favor, no pasen café caliente, espero que mi muerte sea en verano y puedan pasar coca-cola helada (y si es invierno o cualquier otra estación del año, pásenla sin helar). Pasen platitos de cebiche dignos de Chiclayo, esos que llevan un buen ají-limo y que hacen toser. De música de fondo, pasen esas canciones que tanto me gustan; pero, por favor, no las tristes, mi hija y mi mujer saben cuáles son (por mi cumpleaños, me regalaron la discografía completa de Soda Stereo y un DVD de los Red Hot Chili Peppers cuando vinieron al Perú). Cuando hablen, hablen sobre mí y las cosas buenas que pude lograr y de todas las bonitas experiencias que vivieron conmigo. Por favor, no quiero lágrimas, no es lugar triste adonde me voy, la voy a pasar bien y viviré por siempre. El único malestar que tendré será esperarlos. No me gusta esperar, pero igual los espero, como dice Calamaro (cuyas algunas canciones suyas tendrán que sonar, mi mujer sabe cuáles).

No sé cuándo será ese día, nadie lo sabe, pero estoy preparado para cuando llegue. Estoy contento de haber sido un buen hijo y de ser un buen padre y esposo. Mi mujer y mi hija saben todo lo que acabo de escribir, y lo entienden perfectamente. Me preguntan algunos de los que les he comentado esto si no siento pena por ellas. Me da alegría saber que mi mujer y mi hija piensan igual que yo, y también han hecho sus planes de funeral. Mi mujer siempre me besa y abraza, y lo mejor es cuando me dice cosas dulces y me sonríe siempre, una sonrisa que también me la da mi hija. Los tres estamos felices. ¿Saben por qué no le tememos a la muerte y hablamos de ella como si fuese algo normal? Es que la muerte es algo normal que le ocurre a todo el mundo. Y, además, si siempre vivimos bien, si nunca estamos mal, y entre los tres siempre hay mutuo amor, estamos más que seguros que nos volveremos a reunir. Allá me volveré a casar con mi mujer y volveré a tener mi hija. Allá, mi matrimonio, mi familia, ni una muerte la ha de separar.


L. 29/04/09

4.11.2009

Respuesta a tu inocente carta



(Esta carta responde a la entrada "Carta a la señorita que fuma" del blog http://esperonoesperonadaperoespero.blogspot.com/2009/04/carta-la-senorita-que-fuma.html)



Yo pensé que nadie me observaba mientras realizaba mis ejercicios de rutina todas las mañanas, pero descubrí que tú siempre lo hacías, con cara de niño pervertido, que no disimula la mirada al pasar una mujer por su lado. A pesar que tus miradas eran bien obscenas, me emocionaba mucho el que me vieras así. Todos los hombres me miran con provocación, pero tú tienes una cara tan graciosa que sí me gusta que me veas. Sí, es cierto, me alegraba por dentro al verte cruzar, pero nunca lo demostraba como bien lo dices.

Yo, de ti, sí sé mucho. Sé que contigo iba a vivir atormentada y aburrida, sabiendo que al día siguiente tendría que martirizarme viéndote. Yo te quiero, pero no quiero vivir así, sufriendo, así es que te voy a hacer sufrir; no creas que el único sádico aquí eres tú. Me gustan esas historias de amor que son tormentosas y que uno nunca sabe cómo será el final, si el chico o la chica mueren amándose o viven odiándose eternamente. Yo ya he debido de decidir hace algún tiempo; pero, no seas tan gracioso, no me conoces, y tú tienes ahora que leer esta carta y saber cómo soy.

También todo es verídico, y todo te lo diré en la carta. Lo único que tenemos en común es que no tenemos el valor de decir lo que queremos en la cara. Es un punto a tu favor.

Me desespera ver tu cabello largo y que parece que no está lavado, déjame a mí como yo soy, y si en algún momento quiero ser pelirroja, es porque me gusta joderte cómo te molestas al verme así. Que seas un enano, no me importa, decido usar tacos de ahora en adelante siempre cuando esté contigo, para humillarte caminando a tu lado y ver cómo la gente se ríe al vernos pasear. No deseo abrazarte nunca, presiento que tu cuerpo es pegajoso y no deseo ensuciarme con todo tu inmundo sudor. Supongo que sí podré soportar el humo de tu cigarro, chico sano (tú dices que mañana dejas el cigarro, yo digo que mañana dejo el troncho). Yo siempre me reía de ti, siempre sabía que si estaba contigo, estaría con un chico bien pavo. Si quieres que llore por tu indiferencia escuchando Sabina, tú llora por mi sadismo escuchando Iron Maiden. Ahora sabrás que tú también chillarás, porque he decidido siempre hacerte sentir mal, las veces que pueda. Si es verano, tú dormirás en el mueble, porque no soporto una persona a mi lado, por más alejado que esté; y si es invierno, pondrás calefacción, y no pienso besarte hasta que te afeites esa barba rala y que estoy segura que me dañará el rostro. Si no puedes dormir, no jodas, no me levantes, yo voy a hacerte sufrir, pero no compartir tu sufrimiento, así es que te pondrás tus audífonos y escucharás tu música tan deprimente con la que sufrirás más recordando mis maldades. Si no respondo tus mensajes de texto, es porque no tengo saldo, y si te corto cuando me llamas, es que justo me llamas a la mitad de mi siesta y eso detesto, y no lo calmaré con un beso, sino con una bofetada, y tú serás el que me besará, y yo sonreiré sabiendo que eres un tonto y que me perdonarás, pero yo no a ti, jamás. Si no me regalas una rosa, normal, me gustan más las plantas de marihuana. Y mi escrito, no será el último tampoco, porque te escribiré líneas para que me tengas miedo y respeto. Y me dijiste tonta al terminar de leer tu carta. Yo no te diré nada, pero no creas que esto se quedará así. Estoy segura que llorarás y yo reiré al final, total, tú iniciaste esta historia.


L. 11/04/09

4.02.2009

Lo que es Rayuela


Hacia el año 2002, cuando yo tenía once años, mi papá compró la mitad de una colección de novelas hispanoamericanas que publicaba el diario El Comercio. Recuerdo muy bien ese mediodía cuando mi papá trajo el tomo seis de la colección: Rayuela de Julio Cortázar. Me quedé sorprendido por el volumen del ejemplar, muy grueso en comparación a los anteriores libros que había leído. Pensé que lo leería cuando tuviera la edad de mi padre, porque pensaba que a esa edad recién se estaba permitido leer libros gruesos. Dejé el ejemplar acomodado en el librero y nunca me preocupé por abrirlo. Tiempo después, cuando mi hermana mayor y mi papá descubrieron que yo había leído más libros que ellos dos juntos, se armaron de valor y se dedicaron a querer superarme. Mi hermana se lanzó a la aventura, y decidió leer Rayuela. Me quedé sorprendido, y le pregunté si es que llegaría a terminarlo. Con mucha soberbia me dijo que sí y que después de esa novela leería muchas más y me ganaría en cantidad de libros leídos. Cuando, por un descuido, ella dejó el tomo seis tirado en el mueble, aproveché para cogerlo y empezar a leer y tratar de superar en cantidad de páginas leídas a mi hermana. Al leer la primera página me quedé sorprendido: Había un manual de instrucciones para saber cómo leer la novela. Me quedé anonadado y pregunté cómo ella había empezado a leerla. Ella me respondió: empezando. Aterrado, dejé el libro sobre el mueble y pensé no acercarme más a él. Pasó mucho tiempo, y yo leía cada vez más libros, pero nunca me atreví a leer Rayuela. A veces daba una lectura a la biografía del escritor y los libros que había escrito, títulos tan insanos y originales como Viaje alrededor de una mesa o La vuelta al día en ochenta mundos. Hasta el apellido del escritor me parecía un misterio.

A mis catorce años, cuando decidí ser un escritor, también decidí leer el libro que siempre me causó temor leerlo, temor a nunca terminarlo, y es más, a nunca empezarlo: Rayuela. Leí unas dos veces las instrucciones, y empecé a leer el libro de la segunda manera, alternando los capítulos como lo indicaba el tablero de dirección. Al leer sobre el fuego sordo y las turas del mundo, me quedé sorprendido; al leer de la Maga y un tal Oliveira que tenía un club que trataban de temas que yo nunca había escuchado en mi vida, como el budismo zen, la patafísica y de un tal Morelli; a apreciar el arte de cómo besar delicada y apasionadamente a una mujer; a tratar de entender una línea en donde se combinaban hasta tres idiomas y dos historias distintas. Nunca quise que se acabara ese monumental y original libro, que provocaba en mí unas ganas terribles e intensas de escribir. Gracias a Cortázar y a su libro lúdico, que se convirtió en un círculo vicioso al leerlo, supe que podía ser escritor y plasmar en muchas páginas mundos desconocidos, contar vidas discretas y sumergirme en lo absurdo y preguntarme el porqué de las cosas inusuales que suceden en la vida. A partir de ese entonces, Cortázar se ha quedado junto a mí hasta hoy y para siempre. Leí varios de sus cuentos una y otra vez, lo escuchaba declamar el capítulo siete y consagrarlo, por qué no, como el mejor escritor latinoamericano.

Rayuela la leí diez veces en todas las formas posibles de leerla. Hace poco acabo de terminar de escribir un cuento y también esta crónica. Tengo ganas de leer. El ejemplar está de pie en mi librero y me seduce. Tengo hambre. Comeré una galleta cubierta de chocolate y leeré, por una vez más, el libro lúdico que me invitó a ser un futuro escritor.


L. 16/02/09