3.28.2012

Night...Night

I

Hace tiempo que no se sabía nada de él. Simplemente un día desapareció; no respondía el celular, no se conectaba en las redes sociales, no se lo podía ubicar en su casa ni en los lugares que solía frecuentar cuando andaba con nosotros. Una vez nos reunimos en la casa de Sebastián y alguien lo mencionó, ahora no recuerdo quién. Todos hicimos gestos de preocupación y comentamos acerca de su extraña ausencia. Fueron apenas cinco minutos los que intercambiamos palabras sobre las posibilidades de encontrar a Javier antes de que pase más tiempo y, sin quererlo, olvidarnos de él.

II

No sé los demás, pero yo no me podría olvidar de uno de los amigos con los que tenía mayor confianza (ahora en un mundo donde no se puede confiar en nadie). Al principio se mantenía callado, solo se dedicaba a escucharnos (muchas tonterías y obscenidades) y a reír moderadamente (mientras nosotros carcajeábamos tirados en el suelo por cosas que ahora no dan gracia). Poco a poco fue hablando más, pero nunca llegó a convertirse en un aburrido monologador; al contrario, conversar con él era una fascinante feria de increíbles historias, ideas extrañas acerca del mundo, una inagotable capacidad de exposición de mundos imposibles y una curiosa concepción del amor. Aprendimos mucho de él y recurríamos a sus consejos cada vez que teníamos problemas (sentimentales, académicos, laborales y económicos). Nunca se negaba a escucharnos con atención ni mucho menos pedía algo a cambio, y aunque nosotros siempre nos repetíamos que le debíamos una exuberante suma de favores y de dinero, nunca se lo pagamos. Si lo encontramos, no creo que lo hagamos. Tampoco creo que él nos reclame un poco de la deuda.

III

La última vez que nos reunimos fue en un bar del centro. Apenas éramos cinco sentados alrededor de una mesa pequeña y tambaleante. Todos conversábamos a gritos, menos Javier. Bebimos unos diez o doce vasos de cerveza y nos emborrachamos pronto. Ese día nadie lloró, pero sí insultamos a diestra y siniestra a las mujeres con quienes habíamos estado. Javier se mantenía callado y bebía despacio. Al terminarse nuestro dinero, salimos del bar y caminamos. No tomamos un rumbo fijo, solo dejamos a nuestros pies andar. Conforme fueron pasando los minutos, cada uno se despedía y tomaban otro camino. Al final solo quedamos Javier y yo. No dijo nada, solo me estrechó la mano y me pidió que me cuidara. No estaba ebrio, no tambaleó al girar, caminar y perderse entre las calles mojadas y estrechas de la ciudad. Su figura se hacía más pequeña mientras más se alejaba. A ninguno se nos ocurrió que esa sería la última vez que lo veríamos. No ocurrió nada sospechoso. Cuando bebíamos, él casi nunca hablaba. No se le veía triste ni preocupado. No fue un día extraño.

IV

La reunión en la casa de Sebastián fue hace mucho y aún no sabemos nada de Javier. Ninguno de los otros ha vuelto a mencionar el asunto. Yo aún sigo pensando qué pudo haber pasado con él, me pregunto por qué desapareció sin decir nada y me aterroriza la idea de saber que puede haber muerto y que su cuerpo está extraviado en algún lugar. Quizá se pudo haber perdido en los lugares prohibidos después de que nos despidiéramos aquél día que salimos a beber. Muchas posibilidades se abren en mi mente y cualquiera de ellas puede haber sucedido. O no.

V

Una vez me contó una historia fascinante. Una de las tantas que decía que le habían pasado a sus amigos que nunca conocimos. Ahora que lo recuerdo, de todas esas experiencias extrañas y lúdicas (y hasta surrealistas), la historia que me contó una vez fue la más alucinante y la que puedo contar tan bien como lo hacía él. Es la mejor manera de tenerlo presente.

3.08.2012

Maldito Duende

Héroe de leyenda. El hombre delgado que no flaqueará jamás. Licenciado Cantinas. Enrique Ortiz de Landázuri Izardui. Enrique Bunbury.


De vez en cuando hay un amor que es más claro que el sol, y más fácil que pueda ver el camino del corazón. Por eso quisiera ahogarme hoy en el licor para olvidar la traición de una mujer. Qué vale más que yo humilde y tú orgullosa, o vale más tu débil hermosura; piensa que en el fondo de la fosa llevaremos la misma vestidura. No me llames cariño, no necesito caridad; ya no somos unos críos, ya está todo dicho, que cada uno siga su camino, cada uno en su lugar. Escribiremos nuevas reglas, ésta es la primera de ellas: está prohibido prohibir. Que no te falte esa canción, que repare tu corazón en el momento peor que hayas conocido. Pronto llegará el día de mi suerte, sé que antes de mi muerte seguro que mi suerte cambiará. No, aunque no deba suplicarte, ven dímelo; no, aunque tal vez deba indignarme, hazlo otra vez. Y el día que yo me muera, y moriré antes que tú, quiero que solo una pena se llore frente a mi ataúd: Que esta herida en mi alma no llegó a cicatrizar. Pensarás que con todo lo que has hecho que a mi ser podrías sofocarlo para así sentir en ti toda satisfacción; pero ya ves, no es así ni lo será.

Después de manejar

Recorrimos una distancia increíble, por lugares que no habíamos pasado antes y que ni siquiera sabíamos que existían. Fueron muchas horas las que pasamos pedaleando sin parar. En bicicleta es bonito conocer el mundo: con calma, con alegría, con música. Y al final, solo encontrar el mar, el infinito y rojo mar, como el cielo inmenso, solo para los dos.

No estábamos agotados.

Imperio

Cebichito



¡Qué rico!