9.06.2011

Máscara

Has salido al pasadizo, caminas hacia el patio principal. Miras hacia abajo, juegas con tus manos, esperas no encontrarte con su mirada. A pesar de que esperas una ruta libre, sin sobresaltos ni mareos, llegas a encontrarte con sus ojos cansados y no puedes evitar mirarlos unos segundos. Seguramente tendrás ganas de hablarle, de gritarle y golpearle; sin embargo no tienes el valor y huyes por el otro lado (no te has dado cuenta, pero siempre estás del otro lado). Él no te sigue: te persigue, está detrás de ti siempre. Piensas o sientes que está muy aparte, que vive en su mundo, que no quiere saber nada de ti; pero su mirada te busca, te penetra, te hiere. Pretende envolverte y no dejarte ir, pero tú no te has dado cuenta y solo tienes miedo o falsas creencias. No vuelvas a huir, atrévete a enfrentarlo. Si persiste el miedo, no lo hagas y desaparece para siempre, no aparezcas, ni siquiera intentes hacer sentir tus pasos. Si pierdes el miedo, si te atreves a acercarte, por fin sabrás lo que has vivido y lo dejarás ser. Solamente lo dejarás ser. Huir te vuelve una figura triste y estúpida. Tu solo decide si vas a dar el primer paso.

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