5.14.2011

Sin documentos


Qué día común, tan extraordinario, siempre improvisado. Ya habíamos planeado un lunes de feriado inesperado, pero nunca un friday por la noche. Oh, depender siempre del jefe, estar inmerso en ese maldito sistema, como el joven alto y delgado me repetía tristemente una tarde miraflorina. Sí, a esperar nada más. Ya me había resignado, ella también. Pero para el incipiente amor, los milagros existen todos los días.

Salimos de noche, acompañados por la inocencia norteña llena de admiración capitalina: "Vi un ex convicto subir al bus...".

¿Cuántas horas fueron? ¿Las contaste? No, eso no me importa ahora, solo recuerdo que fue una noche y la madrugada, atrapados el uno al otro y no nos dejábamos ir. No podíamos. Besarnos es nuestra adicción, a pesar de que en nuestro salvaje corazón los vicios no son del cuerpo. En la escalera, o en el restaurante, o en el parque, o apoyados en la pared. Bailar Los Rodríguez y cantar The Cure. ¿Falta algo?

Claro: el goce de la piel, la celebración fáustica de la piel (REYNOSO 2005: 19)

Hoy leo Varela por ella misma y por Fernández. Creo que solo tú lo entenderías. Tú, la que gusta que la llame por su nombre, por su tremendo nombre. Porque eres tan igual a tu nombre.

Y porque mordiste mis labios y cerraste mis ojos al pie del árbol frondoso, soñando con caminar por el malecón cálido y norteño, desde Pimentel hasta Santa Rosa.

Oh, Blanca Varela. Oh, Alejandra Pizarnik. Oh,(...)

No hay comentarios:

Publicar un comentario