11.20.2009

Madrugada


Durante toda mi vida detesté noviembre por ser mi impedimento a la felicidad, a mi buen diciembre. Pero hace un año yo andaba feliz y ni cuenta me daba del mes que tanto detestaba, porque un día 20 hablaba por teléfono y no pensaba que la conversación acabaría tan pronto. Y durante tanto tiempo entregando amor sin alguna condición, sin cansarme, sin dudar…Pero un día todo se acabó sin razón y la conversación tan larga, que pensé nunca acabaría, finalizó sin decir adiós. Me dediqué a olvidarme de mí, del mundo, de todo. Yo no quería nada, solo andaba dolido caminando por tantas calles que me hacían recordar, llorar y lastimar. Pero una madrugada de otoño dos luceros gigantescos abrieron mis ojos ciegos y vi su luz como milagro de Cristo. Qué bello, decía yo, qué incomparable. Todo era luz, todo era brillo, todo era sonrisa de mayo, como la luna desde el cielo a punto de desaparecer y el sol a punto de darnos los buenos días. Y me pedías tantas cosas, y yo que creía que ya nada tenía, te entregué todo lo que podía, todo lo que tenía en mis manos, pero era tan poco a comparación de tus ofrendas, de tus regalos, de tus versos de fin de junio. Toda la noche contemplando el mar desde la ventana de la casa que ambos habíamos tomado para beber un café y leer el inexistente silencio de las palabras tan armoniosas de tu poesía, de tu fantasía, de tu insanía. Pero un día de octubre caminaste hacia la luna que nos cuidaba silenciosa y yo solo me quedé sentado en el sillón observándote con lágrimas que en tres minutos desaparecieron. De nuevo llegó noviembre y salí a caminar de madrugada por el malecón, observando esa luna que tanto amabas, que nos cuidaba, como ese día dentro del mar a la luz de la luna y los besos a la luz de las velas en nuestra casa, con los libros usados y de olor añejo, como el vino que bebimos, como el suelo que besamos para descubrir esos salvajes ambonios. Ya nada era un secreto. Ahora sigo asomándome por esa ventana que da al mar, en esta madrugada, observando la luna que se oculta tras el árbol, como pidiendo que te busque y al fin dé contigo, porque las escondidas no duran mucho, y a pesar que tu escondite sea grande, mi búsqueda pronto culminará y al fin los dos luceros de mayo podré volver a contemplar maravillado. Pero aún es noviembre y sé que no debo molestarme tanto: ya llega ese verano tan esperado, ese verano de sol eterno, de mar calmo y de poesía pura y delirante, de sonrisas y ocurrencias, de bailes y aviones, de tantas cosas bellas…verano, ya no hay soledad ni tristezas.

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