11.10.2009

Revelación


Ya es la tercera vez que me acuesto con ella y aún me siento tan extraño como la primera vez que lo hice. Hay algo en ella, su olor, su cuerpo, su mirada, no lo sé, que me hace sentir tan fuera de mí. Y no es la edad, porque ella es mayor que yo, pero me he sabido acostar con mujeres de mucho más edad que ella, pero en ninguna de esas oportunidades me había sentido tan raro como me siento ahora. Hemos acabado y ambos miramos el techo blanco con fisuras de algún sismo, o quizá esas fisuras se hicieron con tanto movimiento de nosotros dos en la cama. Nunca me había acostado con una mujer tan salvaje, tan eléctrica…A veces veía su rostro, que a la vez reflejaba el mío, y pensaba que se iba a morir de un paro cardíaco, por cómo abría su boca y cómo respiraba, como si las últimas hebras de aire desparecieran con sus gemidos. Sus gemidos…Ninguno me había excitado tanto como sus gritos, a veces bajitos, a veces muy fuertes. La verdad que fue toda una revelación en la cama, una mujer tan recatada y libre en la calle, pero una fiera encerrada entre cuatro paredes. Nunca tuve tanto sudor impregnado en mi cuerpo, nunca tuve tanto perfume de mujer en mi cuello. Nunca había sentido tanto placer. Pero, me sentía extraño, como si yo me estuviera haciendo el amor a mí mismo. Sentía que todos sus gestos, todos sus movimientos, todos sus gemidos también los hacía yo. La noche ya está muriendo y ambos aún nos mantenemos despiertos. Esta encamada ha sido tan igual a las otras, pero sé que ambos nos sentimos cada vez más extraños. No comprendemos por qué nos tenemos cierta aversión al vernos desnudos después de haber sentido tanto placer. Tengo mi boca seca y por momentos siento que voy a vomitar. De reojo observo su cuerpo, aún tan bien formado, aún tan deseable, aún tan excitante, a pesar que ya son varios los años y los amores que han pasado por ella. Pero ambos nos atraemos, con repulsión y pasión, y nos acostamos para hacer el amor y nos sentimos extraños al momento en que por fin acabamos de agitarnos. Me tengo que ir a trabajar, por eso me alisto primero, mientras ella sigue reposando en la cama, respirando con cierto esfuerzo, como si dentro de ella le estuviese doliendo algo, como si yo hubiese destruido su vientre. Ya he terminado y la vuelvo a contemplar: ella está tapada con las sábanas y no me mira, sus ojos se han clavado en la ventana, y hasta me parece que empieza a llorar. No atino a decirle nada, solo me despido. Ella se queda callada y solamente me responde cuando ya estoy afuera de la habitación y a punto de cerrar la puerta: “Cuídate, Edipo”.

3 comentarios:

  1. Oh, fatal destino!
    Genial, parce. Definitivamente por último round

    ResponderEliminar
  2. por K.O, quise decir
    la verdad es que sé más de figuras fractales que de box ! xD

    ResponderEliminar
  3. jajaj si, parce, por K.O. Bueno, como les dije a ustedes en el jardín, noviembre ha sido mi mes más extraño y esta entrada es prueba de ello. Me da pena y cierta repugnancia el final del narrador, pero lo bueno es que mientras lo hacía aún no sabía que la mujer era su madre...

    ResponderEliminar