11.06.2009

Salvajes ambonios


Necesítame también

Tan solo un poco

Tan solo siempre

DANIEL RODRÍGUEZ, Caer en hidromurias.

Y a todo esto, solo me miro en el espejo y me descubro no como soy, sino como el reflejo de lo que no soy, porque solo una vez me mostré como quien soy, y nunca más volví a ser lo que realmente soy, porque solo estoy mirándome en el espejo en que un día los dos nos vimos como realmente somos, y desapareciste y de nuevo regreso a este mismo lugar: yo mirándome en el espejo que refleja lo que no soy.

Noche de noviembre, cuando el frío deja de azotar y en el cielo la luna se deja ver, yo llegué al dormitorio y ya me esperabas. Somos mentirosos, realmente en la vida cotidiana no somos lo que realmente somos, y nos sinceramos cuando ambos nos deseábamos con la mirada, comprendiendo que ya era hora, y que yo nunca había pensado iniciar mi vida –la verdadera- tan pronto. Pero tú ya te habías adelantado sin siquiera prevenirme de tus actos, y me dejé llevar por tus pequeñas manos que ya se habían instalado en mi cuerpo. Oh, ambos ya nos veíamos en la cama, envueltos en sábanas que olían a flores, pero tu cuerpo llevaba un olor maldito, que llevaba a doparme y actuar como una marioneta que se movía bajo tus órdenes de improvisada titiritera, y qué bien lo hacías. Yo solamente olía tu alma oscura y tú me tocabas porque descubrías un nuevo continente. Ya la luna se ponía en la ventana y se ocultaba tras el árbol, y su luminosidad no era comparable al sol ni a tu luna que me mostrabas con ojos impávidos, y yo que solo atinaba a escuchar la melodía de tu agitada voz que me pedía que el río se desbordara e inundara tus vírgenes valles verdes, tan poblados de exóticos alimentos que por primera vez comía, masticaba y chupaba. Mis oídos ya no oían más sino tus latidos, tan agitados y acompasados, acompañados por tus constantes y bajitos jadeos. Tu cabello cubría mi rostro y apenas podía ver tu sonrisa de naturaleza viva y radiante, tocar con mis ásperas manos tu cuerpo tibio y sudoroso, como la arena de la playa muy próxima a nuestro cuarto, y de nuevo ese perfume tan tuyo que me hacía delirar y tratar de meterme dentro de ti. Cuando el río desembocó en el mar, ambos nos miramos y contemplamos al fin nuestros cuerpos íntegros y húmedos, lo que realmente somos, en medio de cuatro paredes adornadas con cuadros religiosos, que bien nos excitaron por haber logrado nuestra herejía. Y ambos nos miramos en el espejo y solamente éramos los dos, tan sinceros, tan jóvenes y amantes. Los volcanes erupcionaban y ya la lluvia caía sobre la tierra para apagar el fuego eterno de tu zarza hirviendo. Ya me sentía morir cuando de pronto tu aroma de ángel me trajo de nuevo a la vida, y ya no estábamos en el mismo lugar, y me empezabas a tocar de nuevo, porque ríos hay miles y solo un valle virgen que pedía a gritos su regadío de placer. Y yo de nuevo me incorporaba y logré verme en el espejo de nuevo, no me reconocía, me veía vesánico, porque así realmente era yo, y tú te veías un ángel de boca abierta y ojos fulminantes. Y sin pensar, porque ya no podía pensar, solamente me movía y sentía ir y venir el calor de tu cuerpo ya no húmedo, sino mojado por un diluvio universal. Un sabor a mar sentí en los campos, un sabor a manzanas en las montañas. Ya me había sentido soldado en tu cuerpo, ya me sentía completo, ya me veía yo. Y a ti, por vez primera, te contemplaba a plenitud, por fin me entregaste tu mayor secreto, el que solo Dios había visto, y luego lo había visto yo. No sentí llegar el fin de la noche, que ya era madrugada, que ya era mañana. Y un nuevo día ya empezaba. Y otra vez te bañabas en perfume, secabas tu cuerpo, alistabas tu cabello, vestías con tu mágico atuendo, te mirabas en el espejo y ya no lo eras, cerrabas la puerta y te combinabas con el falso resto. Yo dormía. Al despertar, yo también fui como el falso resto. Me vi en el espejo: faltabas tú. Y también faltaba yo.

Solo una vez me había entregado. Solo una vez fui lo que soy. Y regreso a caminar a la ciudad llena de espejos, donde todos andan también sin rumbo, mirándose continuamente en los espejos que reflejan lo que no somos, porque solamente una vez, en noches como mi noche de noviembre, nos miramos como lo que realmente somos.

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