2.04.2010

El infierno del amor


Al final de la vida complicada que le tocó vivir, Samabú le concedió el permiso de visitar su Reino, el Paraíso del sol y el Gran Mar. Sekolié había sufrido tanto en la vida terrenal, que llegó a caminar a gatas, a arrastrarse por el suelo fangoso de los pecados, hasta que el dios Samabú se compadeció de él y decidió levantarlo y darle permiso para visitar su reino. Sekolié estaba fatigado, hastiado...solamente quería escapar de esa acequia donde vivía. Samabú le mostró la Gran Escalera; estaba lejana, pero faltaba muy poco para llegar. Sekolié se sintió reconfortado y empezó a caminar lentamente para no resbalarse y volver a caer. Ya muy cerca de la escalera, notó que fuera de su acequia existían grandes jardines, cuya dueña era una preciosa princesa de una gran sonrisa y hermosa corona que sujetaban sus cabellos que nada tenían que envidiar a la diosa Deliabé, la esposa de Samabú. Sekolié quedó de pie entre el primer escalón y la entrada a los jardines de la princesa. Dirigió su mirada hacia la cumbre, y ya el dios lo estaba esperando con la mano tendida para darle la bienvenida al Reino. Sekolié bajó los ojos y observó a la princesa que corría libremente por entre los árboles. Quizá Samabú le había concedido todavía un regalo más en la vida terrrenal, y entonces decidió quedarse a vivir con la princesa que de lejos le sonreía y le provocaba con su dulce melodía. Sekolié se alejó de la escalera y entró a los grandes y hermosos jardínes. Samabú desde lo alto, con mucha tristeza recogió la escalera y fue a refugiarse en su palacio. Sekolié, ya llegando donde la princesa, pudo notar que su musa era una diablo que lo estaba tentando, y que en realidad le había tendido una trampa: La princesa era realmente Farmatala, la bruja y hechicera mujer diablo que siempre tentaba a los hombres que estaban a punto de subir al Paraíso de Samabú. Sekolié intentó escapar, pero al dar varias vueltas sobre su propio eje, se dio cuenta de que estaba rodeado de un gigante fuego abrazador y de un fango más pesado que el que habitaba. Totalmente desesperado, Sekolié suplicó a Farmatala que lo dejara escapar. La bruja solamente soltaba su risa escandalosa y tenebrosa. Sekolié se había percatado que a pesar de bruja, esa musa no dejaba de ser hermosa, y que a pesar de que ya estaba totalmente cubierto de fango y rodeado de fuego, ya no suplicaba escapar, ni tampoco se reprendía por haber rechazado la escalera al Paraíso, sino que a pesar del sufrimiento y terror que le daba la bruja, deseaba quedarse en su Báratro y convertirse en su fiel esclavo de los negros infiernos. Farmatala celebraba una vez más su victoria, le había ganado un hombre más a Samabú. Sekolié fue finalmente absorbido y condenado para toda la eternidad. El poder de una mujer bella y hechicera, como el poder de Famatala, es mucho más poderoso que un dios.

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